El amor-odio que se plantea entre la ingeniería civil, y el medio ambiente,
en el punto de interacción entre ambos: el ecosistema afectado.
En la utopía del «mundo feliz» el ingeniero proyecta de modo que su diseño
sea compatible con el medio ambiente, determinando, previamente, aquellos
aspectos del proceso proyecto-construcción que pueden influir en el ecosistema.
En la realidad de la «sociedad de consumo», la ecología es poco comprendida por
los ingenieros, considerándola como una imposición político-social. Esta
disonancia ha producido importantes daños medio ambientales que podrían haberse
evitado si se hubiesen tomado las medidas preventivas adecuadas desde el
inicio.
El ingeniero concibe, equivocadamente por supuesto, al medio ambiente como
una fuente inagotable de recursos y un inmenso vertedero; además, el ingeniero
civil, y por extensión el arquitecto, lo consideran como el escenario al
servicio de sus representaciones.
Cualquier proyecto implica, inevitablemente algún impacto ambiental sobre
el ecosistema, lo cual no tiene porqué ser intrínsecamente negativo: todos los
ecosistemas experimentan cambios con independencia.
La infraestructura proyectada debe
llegar a mantener vínculos positivos de compatibilidad con el ecosistema de
modo que lo preserve.